El lazo
amarillo, símbolo para la libertad de los políticos catalanes encarcelados, se
va convirtiendo, cada vez más, en el estigma que marca a las personas: o eres
de los míos, o vas contra mí.
En el mundo
occidental, tan apegado a clasificar y "normalizar" los sentimientos
y opiniones, ha sido tradicional el resaltar con una señal o símbolo externo,
una opinión o sentimiento respecto de un acontecimiento: manos blancas frente a
los terroristas, el símbolo femenino frente a los machistas, etc. Esto suele
durar unos días, todo lo más alguna semana.
En cuanto la
marca queda fija por meses o años, y, aún más, cuando esta marca se quiere
imponer al resto de la sociedad, entonces estamos ante otro tipo de simbolismo:
ya no sólo manifestar mi desacuerdo con el encarcelamiento de los políticos,
sino que además quiero resaltar a aquellas personas que piensan como yo y,
sobre todo, a los que no lo hacen. Así, hemos pasado de una manifestación
puntual, a otra que se parece más a las que los nazis imponían a los judíos:
hemos de ver claramente quiénes son de los nuestros y quiénes no lo son.
Precisamente
una de las grandes conquistas de los tiempos, en occidente, ha sido el derecho
a la intimidad, a la protección de mis datos o características que me
identifican: nombre, DNI, religión, opinión política... Para algunos, como
viene pasando durante todo el "procès", el fin justifica los medios,
y, si para conseguirlo hemos de MARCAR, como corderos, a las personas, pues
bien venido sea. Una muestra más del retroceso que todo este proceso está
suponiendo en la sociedad catalana.
Joan Miquel Garcia
Agosto 2018