He de confesar que siempre me
cayeron bien. Veía TV3 y me parecía estar en Europa, con gente civilizada que
discutía sin chillar, sin ofender. Paseaba por Barcelona y como en París, tan
cosmopolita. Soy valenciano que habla catalán, que siempre tuvo simpatía con
los países catalanes. Creí en las autonomías, en los poderes cercanos al
pueblo, hasta que me di cuenta que los de mi Ayuntamiento me roban con sus impuesto
infinitos, los de la Generalitat también me roban con sus corruptelas sin fin,
los de Madrid otro tanto, con sus leyes que amparan a los ladrones. Mi
esperanza política se va acotando: regeneración democrática en España, y más
integración en Europa.
Por todo ello, no puedo
comprender a las masas exaltadas, las que desfilan con banderas, a los líderes
iluminados que utilizan el poder para aún exaltarlas más, como si la experiencia
del último sigo en Europa no hubiera servido de nada: los totalitarismos siempre
se han alzado sobre un pueblo en crisis, buscando un enemigo fácil (el zar, el
capital, el judío), en este caso España, el ser español. ¿Acaso piensan que sus
políticos les van a llevar a la Arcadia, al Paraíso?.
Ahora me dan lástima, tan
aborregados. Siempre admiré el orgullo del amor a la tierra, a lo propio, en
los andaluces, en los gallegos, en los franceses, en cualquier pueblo... Pero,
cuando este orgullo se transforma en soberbia, ya no es amor por lo propio, es
odio hacia lo diferente. Y en estas estamos: un pueblo adoctrinado que sigue a
unos líderes iluminados e irresponsables: un coctel explosivo, que, de mirar
hacia atrás, ya sabemos cuánto dolor ha de causar.
Joan Miquel Garcia
Oliva, 6 de noviembre de 2014