domingo, 11 de junio de 2017

Pueblo oprimido

Pobrecitos, los oprimidos, hoy han vuelto a salir en la tele. Además, acompañados por líderes internacionales reconocidos por la defensa de los derechos humanos, como Guardiola. Sí, han leído bien, el ex-entrenador del Barça, del Bayern, ahora en Manchester. Parece un exiliado, reclamando la libertad para su pueblo. También Lluis Llach, antiguo combatiente antifranquista, aunque parece ser que más bien era anti españolista.
Si enumeramos uno a uno la lista de derechos humanos reconocida por la ONU u otros organismos internacionales, no acabamos de ver cuál es el que están pidiendo, pues parece que les falta alguno, por culpa del resto de los españoles, que no se los conceden.
Si entramos en detalle en el derecho de los pueblos a decidir su propio futuro y forma de gobierno, sin injerencias extranjeras, leemos la carta de la ONU, y las emanadas de la misma para África, u otros continentes, y siempre incluye algún párrafo que habla de colonización, de explotación de recursos naturales... No parece que sea el caso.
Veamos desde otra perspectiva:  la región más próspera de un país, que habla un idioma propio, dirigida por unos políticos populistas (en la peor acepción del término -manipuladores de la opinión pública-), se proclama lesionada en sus derechos de libertad como pueblo y reclama independencia al Estado opresor. Encima, los políticos, en base a unas elecciones en las que les vota menos del 50 % de los electores, se atribuyen el poder de representantes nacionales de los oprimidos y, con excusas de demócratas, quieren perpetuarse en el poder.
Este tufo ya lo vivimos en el siglo XIX y sobre todo en el XX de forma generalmente catastrófica para los pueblos implicados.
En nuestro caso ¿quién tiene la legitimidad democrática?. Si aceptamos que las democracias representativas características de la Europa de posguerra, son el referente democrático, es la Constitución y las Leyes emanadas de los diferentes Parlamentos nacionales, redactadas por los representantes elegidos democráticamente, las que dirigen las normas de convivencia y de funcionamiento de los ciudadanos. Hay mecanismos y procedimientos para cambiar tanto las Leyes como la Constitución.
Atribuirse, como dicen los gobernante autonómicos catalanes, el poder para cambiar las Leyes o la Constitución, sin seguir dichos mecanismos, es, sencillamente, una irresponsabilidad en quien se supone que acepta las reglas del juego democrático. Es el típico partido (antes decían comunista, o nazi, ahora chavista) que gana unas elecciones, y ya se cree con el derecho de cambiar todas las leyes y las normas para perpetuarse en el poder o expulsar del mismo a quien no le interesa.
Seguramente si el mensaje del pueblo oprimido lo emitiera otra región española como Andalucía, o Extremadura, -las menos afortunadas, las más explotadas, las que han prestado mano de obra barata para que los catalanes y otros pueblos de España se enriquezcan- sería más comprendido por la comunidad internacional, que , en este caso, tan sólo ve una lucha de poder en la que los más ricos -los catalanes- quieren ser aún más ricos. Deprimente (más aún cuando un partido, que se proclama de izquierdas, es el motor de este proceso).