domingo, 13 de febrero de 2011

¿imprevistos?

Estos días asistimos a acontecimientos sorprendentes en la ribera sur del Mar Mediterráneo. Masas ‘incontroladas’ de ciudadanos exigiendo y consiguiendo el fin de los dictadores que los gobernaban. Principalmente los jóvenes, que nacieron ya algunos bajo el mandato de los expulsados, que no conocen otra forma de poder diferente que la del caudillo, la corrupción, la ineficiencia, el ‘establishment’ aceptado por todos.
Más sorprendente aún ha sido el estupor que han mostrado los gobiernos de los países occidentales, con sus miles de funcionarios dedicados precisamente al estudio y previsión de los aconteceres mundiales, pero que, en el fondo, tan sólo laboran para el mantenimiento del citado ‘establishment’ en tanto en cuanto que les garantiza seguridad en sus negocios, y orden en sus relaciones.
No es la primera vez que fallan los sistemas de predicción y alarma de los sesudos centros de estudios internacionales y locales: ya cayó el muro de Berlín porque hubo un policía que no se atrevió a disparar y unos jóvenes que pasaron por donde no debían; ya estalló la crisis financiera en el otoño de 2008 tras asegurarnos por activa y por pasiva los diferentes gobiernos que todo estaba controlado y la economía iba viento en popa.
Ahora asistimos a una detallada descripción de las causas, con los analistas habituales comentando los acontecimientos como si ya supieran qué es lo que iba a pasar, con muy pocos de ellos que reconozcan su falta absoluta de conocimiento previo de la situación. Incluso se han producido situaciones esperpénticas como los dos políticos franceses que pasaron sus navidades en Túnez y en Egipto, en compañía de las élites dirigentes que han caído en desgracia. En Occidente sólo vemos los clichés, los tópicos: los islamistas, la religión, las mujeres y sus pañuelos, la guerra fría...
En los países desarrollados lo observamos desde la distancia, como si nada tuviera que ver con nosotros. Sin embargo, hay señales evidentes del desapego que la mayoría de la sociedad sentimos con la clase política y dirigente en nuestras sociedades: cada vez menos votantes acuden a las urnas, cada vez se hace más insoportable la brecha entre los más ricos (banqueros, financieros, políticos...) y el resto, cada vez se soportan menos las corruptelas y despilfarros de los bienes públicos. ¿Piensan acaso los jefecillos como Camps (en la CV, el de los trajes y el viaje del Papa), como Fabra (el corrupto, el que defrauda a Hacienda), como Zapatero (el que cambia la política económica conforme le ordenan desde Europa, o desde las grandes corporacines industriales o financieras), como Rajoy (el que insulta, el que miente, el que saca la gente a la calle para cargarse el estado de derecho) que les ha de salir gratis su comportamiento? ¿Creemos que un 20% de paro y un futuro deprimente para la mayoría de jóvenes no ha de pasar una factura aún mayor? ¿Podemos soportar que nos detallen cómo las causas de la crisis la han tenido sobre todo los avariciosos -banqueros, administraciones públicas- , y que no cambie nada en el sistema para que esto no vuelva a repetirse?.
Son algunas de las preguntas que continuamente nos hacemos los ciudadanos de este país.
La gasolina ya está echada. Tan sólo una chispa que la haga prender puede provocar -en cualquier momento, en cualquier lugar- esta reacción incontrolada como la que ha llevado a tantos habitantes de los países citados a echarse a la calle para pedir, sin más argumentos que su hartazago, un cambio a mejor.